¡Nereo, Nereo!...
Soy hijo de un sueño marinero, de Las Tinieblas, de La Noche y de Caos,
he venido a tus reinos a buscar el hada de mis designios.
Una es entre todas la que entibia las noches de mis pensamientos,
Tetis, la nereida señalada por la perfección de mis imaginaciones,
inducidas por esas divinidades del onto fundamental.
Trocaré mis noches estrelladas y mis amaneceres de primavera por un
silbido de su aliento,
Te entrego la inmensidad de mis sueños viajeros para que me admitas
como esclavo de sus voluntades,
Con un soplo de sus deseos me desnudaré de mi piel para encubrir la
pureza de sus virtudes,
Alejado a la distancia de los féminos hipocampos y gritos de unicornios
marinos.
Consagro mi juramento ante tu altar que guarda la secreta semilla del torrente
fluido y vital que puebla el universo.
Con mi cuerpo hecho garras falange a falange, palmo a palmo, rincón por
rincón, cuidaré los tesoros de tus soplos vivificadores.
De la Tetis haré parir los Aquiles de la Eternidad.
Ella es sonreída, divina su mirada, adolescente su voz quebrada más
sutil que el silencio de las calmas abisales.
Tú, ingenio de la perfección trazada en las líneas y vientres de
sirenas fértiles, acepta mis promesas y juramentos,
densos como singularidades celestiales.
Bajaré a las profundidades de los lechos de tus hijas a recoger a
Tetis, venciendo monstruos vigilantes, envidiosos cortesanos y cónsules de
otros dioses.
Arrimaré mi nave ante la puerta de tu cava sagrada a la luz de
destellos de lunas indiscretas y florescentes miradas de jibias y calamares.
Una flor marina que aceptaré de tu quincuagésimo jardín de eternidades,
una flor resuelta en la transparencia de un vientre iluminado
del que vendrán nuestros héroes inmarcesibles, ni duermen los
inviernos..
Ninfa que respira el sensus de la pasión que destilan su piel y sus
pasos dejando estelas hormonales,
orientan mi barca al norte de las pasiones,
procuran hacer anclas en su portal de aguas y adolescentes humores.
En cada onda de sus cimbreantes caderas de mujer en hormonas nacerá una
ola parida de espumas que juegan a salpicar el aire y enfría sus labios
tiernamente encendidos de rubor.
Hija siempre púber de los siglos, mixtura sexual de los mares del
Africa espásmica y la sublime indiada de las bahías occidentales,
muletaje signado por besos y toques extraviados y escondidos de un
marinero rubicundo,
sin embargo, dolida de un asalto maldiciente de piratas tostados de sol
y tormentas.
Deja que me arrebate su virtud de besar, de amar, de dar la vida,
libérala de tus órdenes paternas,
sin riendas, sin bridas ni en ensillado, déjala que remonte los océanos
sobre una orca descansada cual centauro de los confines marinos.
Ábrele todas las puertas de tu mar infinito para que nade hasta mi
barca de ilusiones a cuidar mis fantasías y mis sueños,
mis esperanzas de engendrar los divinos gladiadores del mundo de los
vivos,
serán tus salidas a los universos estrellados y a los confines de la
luz.
Déjame, Nereo, que me entregue a explorar sus galerías, prados y
montañas de aguas abisales,
donde haremos los fuertes de nuestro castillo de corales, iluminado por
luciérnagas de aguas profundas.
Ante su corte arribarán celosas: náyades, ondinas y sirenas, mientras
tus hermanas anuncian hormonales entregas
a otros dioses solícitos, dragones y capitanes de barcas de románticos
guerreros, cazadores de monstruos marinos, y pescadores de redes doradas..
Espero tocar su ingravidez antes que retoñen los rayos mañaneros, y tú,
Padre Nereo,
semental preceptor que esparces las semillas del robledal que se espiga
hasta el cielo, buscando alcanzar la luz de las estrellas,
oirás del duelo que vence los designios de lo impuro.
Madre Dorisa, tus cultivos de jardines de lirios marinos con las manos
de sirenas y nereidas para tocar sus pechos, labios y cabellos,
déjame pasearlos cada tarde, llevando de mi cuello a Tetis que me canta
el triunfo de la vida.
Rondaré las corrientes y arrecifes de tus profundos patrimonios,
aparcaré mi nave en los atolones de albatros y lagartos recrecidos,
vadeando mareas agigantadas, huracanes y tifones nocturnos, trashumaré
por dehesas arbitradas por serpientes y vampiros anfibios.
Obligando a mis ojos y a mi piel a resistir los soles, brisas preñadas
de tempestades y salitres azufrados,
hielos sempiternos y descargas de ruidosos fuegos celestiales, que sólo
tú, Nereo, sabes mitigar a tu voluntad, que sólo a ti sirven sus obediencias
sin reservas ni preguntas.
Servido de una red de amor para traerla a mis camarotes encantados,
reclamo tu plácet de Monarca del Océano,
tu bendición, tu encendida luz, tus escoltas y tus sabias dominaciones.
Alli libaré una vez, otra vez y otra vez sus humores de mieles
prohibidas,
siguiendo las rutas escondidas de esturiones viajeros que migran a
copular lejos de las miradas de escualos y peleos descalificados.
Inauguremos un nuevo ritual divino reservado a los monteros olímpicos
del placer que te hagan recordar ancestrales historias de titánidas,
divinidades mayores a la que la exaltarás cuando triunfemos sobre el
universo del amor.
Impreso quedará en tu Venus el refugio d el mundo ontológico de lo
eterno y mi yo que explotará verso a verso,
prodigando dioses inmortales ante los ojos de sorprendidos tritones y
primogénitos insalvables.
Olvidando a las sirenas embriagadas de su histórica soledad,
multiplicaremos las oceánides y otras infantas de valles, montañas,
bosques, praderas y fuentes.
Lía los lienzos de sus vestidos transparentes en mi cuello, medida a
medida, luz a luz, cierre a cierre, jadeo a jadeo,
hasta que descargue su garganta su último gemido tembloroso en mis
oídos oficiantes del rito del silencio.
Cada célula de su piel estremecida será coronada de un nuevo color,
hinchada de nuevos líquidos, con un nuevo calor, con un nuevo candor.
Cada rizo de tus cabellos se izará como honda marina, se volverá
conductor de mis emociones,
emitidas al ritmo de la resonancia sensual de feromonas acuosas que
corren entre nuestros lados coincidentes.
Una mina de rayos invisibles aceleran la virtud de su vientre preñado
de espasmos,
el oleaje sonríe de mar a mar, de costa a costa, entre los acantilados,
trémulo y apasionado.
Ella anidará en mis piernas y mis brazos, dándole a mi piel el sabor de
sus sales marineras,
acicalándola con los colores de las transparencias de sus mágicos
aceites, servidos por escualos, delfines y tortugas eternas.
Nos contornearemos al compás de las maravillas con la gimnasia de los
marineros lobos en sus danzas
exhibidas para extasiar a dioses y doncellas adolescentes.
Nereo, Nereo, concédeme que deslice su cuerpo hasta alcanzar las
escaleras de mi proa,
que venga a salvar mi remo pulido y enlucido en espermas de cachalotes,
para inaugurar un viaje a la medida de eternidades.
Entrégame sus manos para que la entrelace a las mías, dedo a dedo,
falange a falange,
hasta anudarlos como el marinero achica su barca cuando nubes grises
amenazan el horizonte.
Asidos en una continuidad de carnes, voluntades y placeres elevados
hasta las mágicas fantasías de la imaginación infinita,
cumpliremos el mandato universal, la orden que nos llama habitar el
mundo de confín a confín.
Izaremos la bandera de los arribos triunfales, cargados de mieles
silvestres y tesoros olvidados,
repartiremos las cavernas y grutas encantadas por ninfas nómadas,
cerénides, antríades y sirenas gitanas.
Terminarán las melancolías de sueños congelados entre bahías de aguas
mansas,
iluminadas de lunas de silbos adormecientes, de lunas deformadas por
olas sibilantes y soñolientas.
Una a una desvelizaremos las claves de las tormentas, paceremos juntos
a aguasvivas, dugongos, y manatíes,
recogiendo zargasos y taxifolias, para alimentar a las anguillas
viajeras.
Abril será el pasado y el futuro, las lluvias del verano, refugios de
este amor sin inviernos, sin pausas, sin distancias, ni muros.
Amor de mar, de dioses, de océanos infinitos, yo, marinero de los
siglos, de nostálgicos mares y océanos de todos los mundos,
seremos el semen de los dioses perfectos, inmortales y de triunfos
eternos, ella, mi nereida concedida para la renovación de los siglos por venir.
©Julio Ramírez Jarmas
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