sábado, 19 de noviembre de 2011

Hijo de un sueño marinero



¡Nereo, Nereo!...
Soy hijo de un sueño marinero, de Las Tinieblas, de La Noche y de Caos,
he venido a tus reinos a buscar el hada de mis designios.
Una es entre todas la que entibia las noches de mis pensamientos,
Tetis, la nereida señalada por la perfección de mis imaginaciones,
inducidas por esas divinidades del onto fundamental.
Trocaré mis noches estrelladas y mis amaneceres de primavera por un silbido de su aliento,
Te entrego la inmensidad de mis sueños viajeros para que me admitas como esclavo de sus voluntades,
Con un soplo de sus deseos me desnudaré de mi piel para encubrir la pureza de sus virtudes,
Alejado a la distancia de los féminos hipocampos y gritos de unicornios marinos.
Consagro mi juramento ante tu altar que guarda la secreta semilla del torrente fluido y vital que puebla el universo.
Con mi cuerpo hecho garras falange a falange, palmo a palmo, rincón por rincón, cuidaré los tesoros de tus soplos vivificadores.
De la Tetis haré parir los Aquiles de la Eternidad.
Ella es sonreída, divina su mirada, adolescente su voz quebrada más sutil que el silencio de las calmas abisales.
Tú, ingenio de la perfección trazada en las líneas y vientres de sirenas fértiles, acepta mis promesas y juramentos,
densos como singularidades celestiales.
Bajaré a las profundidades de los lechos de tus hijas a recoger a Tetis, venciendo monstruos vigilantes, envidiosos cortesanos y cónsules de otros dioses.
Arrimaré mi nave ante la puerta de tu cava sagrada a la luz de destellos de lunas indiscretas y florescentes miradas de jibias y calamares.
Una flor marina que aceptaré de tu quincuagésimo jardín de eternidades, una flor resuelta en la transparencia de un vientre iluminado
del que vendrán nuestros héroes inmarcesibles, ni duermen los inviernos..
Ninfa que respira el sensus de la pasión que destilan su piel y sus pasos dejando estelas hormonales,
orientan mi barca al norte de las pasiones,
procuran hacer anclas en su portal de aguas y adolescentes humores.
En cada onda de sus cimbreantes caderas de mujer en hormonas nacerá una ola parida de espumas que juegan a salpicar el aire y enfría sus labios tiernamente encendidos de rubor.
Hija siempre púber de los siglos, mixtura sexual de los mares del Africa espásmica y la sublime indiada de las bahías occidentales,
muletaje signado por besos y toques extraviados y escondidos de un marinero rubicundo,
sin embargo, dolida de un asalto maldiciente de piratas tostados de sol y tormentas.
Deja que me arrebate su virtud de besar, de amar, de dar la vida, libérala de tus órdenes paternas,
sin riendas, sin bridas ni en ensillado, déjala que remonte los océanos sobre una orca descansada cual centauro de los confines marinos.
Ábrele todas las puertas de tu mar infinito para que nade hasta mi barca de ilusiones a cuidar mis fantasías y mis sueños,
mis esperanzas de engendrar los divinos gladiadores del mundo de los vivos,
serán tus salidas a los universos estrellados y a los confines de la luz.
Déjame, Nereo, que me entregue a explorar sus galerías, prados y montañas de aguas abisales,
donde haremos los fuertes de nuestro castillo de corales, iluminado por luciérnagas de aguas profundas.
Ante su corte arribarán celosas: náyades, ondinas y sirenas, mientras tus hermanas anuncian hormonales entregas
a otros dioses solícitos, dragones y capitanes de barcas de románticos guerreros, cazadores de monstruos marinos, y pescadores de redes doradas..
Espero tocar su ingravidez antes que retoñen los rayos mañaneros, y tú, Padre Nereo,
semental preceptor que esparces las semillas del robledal que se espiga hasta el cielo, buscando alcanzar la luz de las estrellas,
oirás del duelo que vence los designios de lo impuro.
Madre Dorisa, tus cultivos de jardines de lirios marinos con las manos de sirenas y nereidas para tocar sus pechos, labios y cabellos,
déjame pasearlos cada tarde, llevando de mi cuello a Tetis que me canta el triunfo de la vida.
Rondaré las corrientes y arrecifes de tus profundos patrimonios,
aparcaré mi nave en los atolones de albatros y lagartos recrecidos,
vadeando mareas agigantadas, huracanes y tifones nocturnos, trashumaré por dehesas arbitradas por serpientes y vampiros anfibios.
Obligando a mis ojos y a mi piel a resistir los soles, brisas preñadas de tempestades y salitres azufrados,
hielos sempiternos y descargas de ruidosos fuegos celestiales, que sólo tú, Nereo, sabes mitigar a tu voluntad, que sólo a ti sirven sus obediencias sin reservas ni preguntas.
Servido de una red de amor para traerla a mis camarotes encantados, reclamo tu plácet de Monarca del Océano,
tu bendición, tu encendida luz, tus escoltas y tus sabias dominaciones.
Alli libaré una vez, otra vez y otra vez sus humores de mieles prohibidas,
siguiendo las rutas escondidas de esturiones viajeros que migran a copular lejos de las miradas de escualos y peleos descalificados.
Inauguremos un nuevo ritual divino reservado a los monteros olímpicos del placer que te hagan recordar ancestrales historias de titánidas,
divinidades mayores a la que la exaltarás cuando triunfemos sobre el universo del amor.
Impreso quedará en tu Venus el refugio d el mundo ontológico de lo eterno y mi yo que explotará verso a verso,
prodigando dioses inmortales ante los ojos de sorprendidos tritones y primogénitos insalvables.
Olvidando a las sirenas embriagadas de su histórica soledad,
multiplicaremos las oceánides y otras infantas de valles, montañas, bosques, praderas y fuentes.
Lía los lienzos de sus vestidos transparentes en mi cuello, medida a medida, luz a luz, cierre a cierre, jadeo a jadeo,
hasta que descargue su garganta su último gemido tembloroso en mis oídos oficiantes del rito del silencio.
Cada célula de su piel estremecida será coronada de un nuevo color, hinchada de nuevos líquidos, con un nuevo calor, con un nuevo candor.
Cada rizo de tus cabellos se izará como honda marina, se volverá conductor de mis emociones,
emitidas al ritmo de la resonancia sensual de feromonas acuosas que corren entre nuestros lados coincidentes.
Una mina de rayos invisibles aceleran la virtud de su vientre preñado de espasmos,
el oleaje sonríe de mar a mar, de costa a costa, entre los acantilados, trémulo y apasionado.
Ella anidará en mis piernas y mis brazos, dándole a mi piel el sabor de sus sales marineras,
acicalándola con los colores de las transparencias de sus mágicos aceites, servidos por escualos, delfines y tortugas eternas.
Nos contornearemos al compás de las maravillas con la gimnasia de los marineros lobos en sus danzas
exhibidas para extasiar a dioses y doncellas adolescentes.
Nereo, Nereo, concédeme que deslice su cuerpo hasta alcanzar las escaleras de mi proa,
que venga a salvar mi remo pulido y enlucido en espermas de cachalotes, para inaugurar un viaje a la medida de eternidades.
Entrégame sus manos para que la entrelace a las mías, dedo a dedo, falange a falange,
hasta anudarlos como el marinero achica su barca cuando nubes grises amenazan el horizonte.
Asidos en una continuidad de carnes, voluntades y placeres elevados hasta las mágicas fantasías de la imaginación infinita,
cumpliremos el mandato universal, la orden que nos llama habitar el mundo de confín a confín.
Izaremos la bandera de los arribos triunfales, cargados de mieles silvestres y tesoros olvidados,
repartiremos las cavernas y grutas encantadas por ninfas nómadas, cerénides, antríades y sirenas gitanas.
Terminarán las melancolías de sueños congelados entre bahías de aguas mansas,
iluminadas de lunas de silbos adormecientes, de lunas deformadas por olas sibilantes y soñolientas.
Una a una desvelizaremos las claves de las tormentas, paceremos juntos a aguasvivas, dugongos, y manatíes,
recogiendo zargasos y taxifolias, para alimentar a las anguillas viajeras.
Abril será el pasado y el futuro, las lluvias del verano, refugios de este amor sin inviernos, sin pausas, sin distancias, ni muros.
Amor de mar, de dioses, de océanos infinitos, yo, marinero de los siglos, de nostálgicos mares y océanos de todos los mundos,
seremos el semen de los dioses perfectos, inmortales y de triunfos eternos, ella, mi nereida concedida para la renovación de los siglos por venir.

©Julio Ramírez Jarmas

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