sábado, 19 de noviembre de 2011

La novia del marino Andrés


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La novia del marino Andrés pasea todas las tardes
los malecones del puerto
camina vestida de azul y de espumas,
espumas en las manos, espumas en los pies,
espumas en su pensamiento blanco que vuela de Las Antillas a Las Azores,
de Las Azores hasta las tierras del invierno eterno,
tan eterno como las brisas que desvanecen su espera.

La novia del marino Andrés lleva el mar
en su bolso de piel de focas.
En su bolso de piel de focas por marinas y por lejanas,
por lejanas como el sol de sus amaneceres,
sus amaneceres cargados de ilusiones y fantasías,
fantasías de niña púber, más virgen que La Virgen,
virgen en la mirada, virgen en su belleza sin mascarillas,
virgen en su ternura inexplorada.

La novia del marino Andrés sabe de los desiertos
y abismos marinos.
De los abismos marinos atragantados de barcos,
de barcos de piratas,
de barcos cargados de dragones,
de dragones disecados,
de barcos cargados de perlas celestiales,
de perlas celestiales como perla celestial es ella misma.
Como ella misma que reza al hablar de tormentas y naufragios.

La novia del marino Andrés sabe de los vientos
y de las tormentas del Pakistán.
Del Pakistán y de La India donde mugen y rumian los dioses,
las lluvias y las hambrunas y las salidas del Sol,
del sol que nunca ha visto la virginidad de sus vírgenes
porque sus vírgenes quieren ser vírgenes
hasta de una mirada, vírgenes para su amado.

La novia del marino Andrés sabe de amores volcánicos,
sabe de amores volcánicos amazónicos,
como volcánicos los carnavales cariocas,
carnavales y amoríos que al marino encantan y a ella atormentan.

La novia del marino Andrés recibe paisajes postales de Madagascar, de Tokio, de Galápagos y de Alaska.
Paisajes postales del Madagascar remoto y descentrado,
descentrado en sus penínsulas,
descentrado en sus amores,
sus amores arreglados desde el génesis,
desde El Génesis hasta la muerte,
la muerte que llega entre lienzos, oasis y desiertos.

Paisajes postales de Galápagos con su fauna mitológica,
mitología hecha de realidades hiperbólicas,
hiperbólicos lagartos inmortales,
mariposas cristalinas y submarinas,
submarinas serpientes que anidan junto a las aves,
aves santas de este santuario escapo de las divinas iras,
divinas iras que hasta el mar teme y los marineros burlan,
los marineros la burlan para recrear sus fantásticas imaginaciones,
sus fantásticas imaginaciones para jugar con los recuerdos del futuro,
los recuerdos futuros de sus amores platónicos.

Paisajes postales de Tokio pintados por dragones cibernéticos,
con pinceles electrónicos y que entonan sinfonías matemáticas.
Matemáticas como el tiempo de su dilatada nostalgia guerrera,
nostalgia salada de mar y de sudor marinero,
sudor de marinero con olor a lobo,
con olor a escualo.

Paisajes postales de Alaska con osos polares enamorados,
osos polares enamorados y focas pescadoras y soldados esquimales,
soldados esquimales ordenando ejércitos de perros congelados,
congelados como los compromisos de bodas atemporales,
olvidadas por él, recordadas por ella que siente frío.

La novia del marino Andrés adorna su alcoba con anclas y mástiles,
con anclas y mástiles porque quiere que su alcoba huela a mar,
a mar, a salitre, a viento de pescadores y gaviotas,
con olor a gaviotas que vuelen muy alto, que viajan muy lejos,
muy alto y muy lejos pero sin perder los luceros del regreso,
los luceros del regreso despiertos hasta el amanecer.

La novia del marino Andrés lee todas las historias de piratas,
las historias de piratas, de sirenas y de espíritus marineros,
de espíritus marineros, de barcos encantados y de conquistadores,
de conquistadores adueñados de islas, castillos y tesoros,
adueñados de tesoros que pondrán a los pies de la amada,
la amada que siempre espera su regreso triunfal.

La novia del marino Andrés sueña con hijos marineros,
con hijos marineros intrépidos como el mismo mar,
como el mismo mar para que lo conquiste y lo traiga rendido,
rendido a su capricho, abiertas sus paginas confidentes,
paginas confidentes que saben de aventuras en cada puerto,
en cada puerto, en cada arribo, en cada noche de cabotaje.

La novia del marino Andrés ya tiene sobrinos marineros
sobrinos marineros que aprendieron de sus anhelos el amor al mar,
amor al mar, amor a las puestas de sol marineras,
las puestas de sol marineras que aroman sus poemas viajeros,
poemas viajeros de versos alados,
versos alados tan sutiles como un ingrávido rayo de luna,
como el ingrávido rayo de luna que admite la silueta de un lejano navío,
un lejano navío emergiendo del horizonte con inciertas esperanzas.

La novia del marino Andrés no sabe que Andrés solo sueña con el mar,
con el mar que conoció y diluyó sus penas,
con el mar que conoció y diluyó todos sus sueños de príncipe adorado,
con el mar que conoció y diluyó los últimos regaños de su infancia,
con el mar que conoció y diluyó sus pequeñas historias de ríos, montes y escuelas,
con el mar que conoció y diluyó la pequeña foto de la niña, su primera enamorada.
con el mar que se enternece cuando el le habla por las mañanas,
con el mar que se enfurece cuando le oye hablar de nupcias y señoras.

© Julio Ramírez Jarmas

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